Era un día como cualquier otro para ella. Había terminado su jornada de trabajo como secretaria en el consultorio de un cardiólogo. Al bajar del transporte público a las siete de la tarde, la ciudad ya estaba sumida en la oscuridad. Las luces de las farolas iluminaban con dificultad las calles vacías. Las cinco cuadras que separaban su casa del paradero de autobús eran un recorrido familiar, pero esa noche, todo se sentía diferente. El frío viento parecía llevar consigo un mensaje de advertencia, aunque ella trató de ignorarlo.
Caminaba con paso acelerado, pensando en Felipe, su gato, que siempre la esperaba en la puerta con la mirada atenta. Su mente divagaba sobre las pequeñas cosas del día, tratando de distraerse del malestar que empezaba a invadirla. Fue en ese momento que los vio. Tres jóvenes caminaban detrás de ella, silenciosos, pero lo suficientemente cerca como para hacerla sentir incómoda. Su estómago se apretó, y un escalofrío le recorrió la espalda.
Apretó el bolso contra su pecho y apuró el paso, intentando mantener la calma. "Me están siguiendo", pensó. "Solo quieren asustarme... o tal vez robarme". El miedo comenzó a apoderarse de sus pensamientos. "No pueden saber que vivo sola. No pueden seguirme hasta mi casa".
Los jóvenes no aceleraban el paso, pero su presencia pesaba cada vez más en su mente. Los imaginaba acechando, esperando el momento oportuno para atacarla. Miró alrededor, buscando a alguien, cualquiera, pero las calles estaban desiertas. Solo el sonido de sus propios pasos y los de sus perseguidores resonaban en el aire.
Cuando faltaban dos cuadras para llegar a su casa, decidió que no podía permitir que la siguieran más. Los iba a enfrentes a cualquier costo. Justo antes de llegar a la esquina, su cuerpo reaccionó antes de que su mente lo procesara. Tropezó con un hombre que caminaba desde la calle lateral, rápido mirando hacia atrás por sobre su hombro, como si también estuviera escapando de algo.
Ambos chocaron con fuerza. Ella, con el instinto de supervivencia a flor de piel, se aferró a él, como si lo conociera de toda la vida. Sin pensar, lo besó en los labios y gritó, "¡Hola, mi amor!", mientras lo abrazaba con fuerza. El hombre, sorprendido, la miró, pero antes de que pudiera reaccionar, ella susurró en su oído, "Me están siguiendo, por favor, ayúdame".
Sin dudarlo, el hombre respondió en voz alta, "Hola, amor, vamos", y la abrazó con fuerza, pasando su brazo por su espalda, como si fueran una pareja de enamorados. Ella marcaba el paso con decisión, conduciéndolos en dirección a su casa. Los jóvenes, desconcertados, mantuvieron una distancia prudente, aunque seguían observándolos.
Cada paso que daban parecía alargarse en el tiempo. Los latidos de su corazón resonaban en sus oídos, y el miedo a lo que sucedería si los jóvenes decidían atacarlos crecía con cada segundo que pasaba. "Todo saldrá bien", se repetía a sí misma una y otra vez, como un mantra.
Finalmente, llegaron a la puerta de su casa. Las manos de ella temblaban mientras sacaba las llaves del bolso. El hombre la observaba en silencio, su presencia aún firme y reconfortante. Con un leve gesto de agradecimiento, introdujo la llave en la cerradura y giró el picaporte. La puerta se abrió lentamente.
Justo cuando estaba a punto de girarse y agradecerle al hombre, algo cambió en él. El calor protector que había sentido se desvaneció en un instante. Antes de que pudiera reaccionar, el hombre la agarró violentamente del pelo, apretando su boca con una mano mientras la empujaba hacia adentro con fuerza. La puerta se cerró de golpe, dejando la casa en completa oscuridad.
Los jóvenes, que habían mantenido la distancia durante todo el trayecto, vieron cómo la puerta se cerraba no advirtiendo nada inusual. Desde lejos, notaron la llegada de dos patrullas policiales que recorrían el área. Los agentes los interceptaron y les pidieron identificaciones. Tras revisar los documentos, los dejaron ir. "No son estos", comentó uno de los oficiales mientras mordía una rosquilla. "El asesino que escapó de la seccional tiene treinta y cinco años. Estos son solo rateros, no son más que chavales. Ya aparecerá".
Mientras tanto, dentro de la casa, la oscuridad lo cubría todo. Los latidos acelerados de su corazón eran lo único que ella podía escuchar. El "buen samaritano" que había aparecido para salvarla resultó ser un monstruo peor de lo que imaginaba.
Conclusión:
A veces, el pasado parece ofrecer respuestas claras y lecciones de moral. La historia del buen samaritano nos enseñó que la bondad puede surgir de los lugares más inesperados. Pero bajo la influencia de EL PORTAL DEL CAOS, esas mismas lecciones se distorsionan. Lo que alguna vez fue un acto de compasión puede convertirse en una trampa mortal. Las historias que solían guiarnos ahora se desmoronan, transformadas por fuerzas invisibles que alteran la realidad y la vida cotidiana de quienes cruzan su camino.