La peste negra había diezmado ciudades, aldeas y campos enteros. La muerte avanzaba imparable, dejando cadáveres por doquier y sumiendo a la población en una desesperación total. En medio de esta tragedia, los fantasmas de los muertos intentaban advertir a los vivos de un peligro aún mayor, pero un ente misterioso acechaba en las sombras, silenciando cualquier voz que intentara alertar sobre el Portal del Caos.
El misterio de Falkenburg
La aldea de Falkenburg, enclavada en los densos bosques de Baviera, era un lugar como tantos otros en el Sacro Imperio Romano Germánico. Las casas de madera, de techos bajos y empinados, alguna vez habían sido hogar de familias bulliciosas y prósperas. Ahora, el hedor de la muerte impregnaba el aire. El silencio y el miedo eran los únicos que quedaban. Los rezos en la pequeña capilla de la aldea, que alguna vez habían sido fervientes, ahora se desvanecían, susurrados por bocas débiles que imploraban la misericordia de un Dios que parecía haberles dado la espalda.
Helena y los fantasmas
Helena, una joven de apenas veinte años, caminaba por las calles desiertas, observando las puertas marcadas con cruces negras, símbolo de la peste que había arrebatado a su familia. Los cuervos, esos pájaros oscuros que parecían anunciar la muerte, se posaban sobre los techos vacíos, esperando su turno para alimentarse de los cadáveres que nadie se atrevía a enterrar.
Pero en las últimas noches, algo más que la peste rondaba el pueblo. Helena lo había visto. Las sombras que emergían de las casas vacías no pertenecían a los vivos, ni siquiera a los muertos recientes. Eran fantasmas, espectros que vagaban sin rumbo. Los había visto desde su ventana, sus cuerpos translúcidos flotando en el aire frío. Aunque no entendía lo que decían, sus labios se movían como si intentaran advertirle de algo. Helena sabía que estaban tratando de comunicarse, pero no podía comprenderlos.
Una noche, tras ver a las figuras una vez más, decidió salir a enfrentarlas. Caminó por las calles vacías de Falkenburg, sus pasos resonando en el silencio mortal del lugar. El viento soplaba frío, como si el mismo aliento de la muerte la envolviera. Se detuvo al llegar al cementerio de la aldea, donde una figura espectral se encontraba de pie, inmóvil, con su rostro vuelto hacia ella.
El fantasma y la advertencia del Portal del Caos
El fantasma, un hombre que parecía haber muerto joven, levantó una mano pálida, señalando hacia el oscuro bosque que rodeaba el pueblo. Con una voz susurrante pero clara, el espectro dijo: "El Portal... se abre. Vienen más. Vienen por ti, por todos... El caos no debe ser despertado".
Helena dio un paso atrás, pero el fantasma continuó: "Solo algunos pueden ver lo que está ocurriendo. No todos pueden percibir el poder que emana del Portal del Caos. Solo aquellos que han estado al borde de la muerte pueden sentir su energía. Tú lo sabes, ¿no es cierto? Puedes sentirlo. Está aquí, en las sombras, observando, esperando".
Antes de que pudiera decir más, una sombra más oscura que la noche se deslizó desde el bosque. Era una figura alta, cubierta de una capa que ondeaba en el viento, su rostro oculto en la oscuridad. El Silenciador. Helena observó, horrorizada, cómo esa figura alargaba una mano espectral hacia el fantasma y, con un gesto rápido, lo hizo desaparecer en una nube de cenizas.
El destino de Helena
Al caer la noche, una espesa niebla cubrió Falkenburg. Los pocos que quedaban en la aldea escucharon susurros en el aire, pero no eran los fantasmas. Eran las voces del Silenciador, susurros que traían consigo la promesa del fin. Helena, desde su ventana, observó cómo uno a uno, los aldeanos comenzaron a desaparecer, como si fueran tragados por la misma niebla.
Helena fue la última en quedar. Sabía que su destino estaba sellado. Sintió una presencia detrás de ella, y cuando se giró, lo vio: El Silenciador, emergiendo del portal que había permanecido oculto bajo las raíces de la tierra. La última visión que tuvo fue la de las almas de los aldeanos, arrastradas hacia la oscuridad, silenciadas para siempre.
Reflexión Final
El caos es un equilibrio que pocos comprenden. En tiempos de muerte y desesperación, incluso los muertos intentan advertirnos de peligros mayores. Pero cuando el caos es desatado, no hay lugar para advertencias ni segundas oportunidades. El Silenciador se asegura de que los ciclos de vida y muerte se mantengan como deben ser.
Contexto Histórico: La Peste Negra (1347 - 1351)
La Peste Negra, o Muerte Negra, fue una de las pandemias más devastadoras de la historia humana. Entre 1347 y 1351, el brote de peste bubónica acabó con aproximadamente un tercio de la población de Europa. La enfermedad, transmitida principalmente por pulgas que infestaban a las ratas, provocó la muerte en un corto período de tiempo, sumiendo a las sociedades medievales en el caos. En particular, Baviera y otras regiones del Sacro Imperio Romano Germánico sufrieron graves pérdidas.
Las aldeas, como Falkenburg, fueron particularmente vulnerables, y muchas desaparecieron por completo de los mapas, ya sea por la peste o por la desesperación. La peste devastó tanto los centros urbanos como las zonas rurales. Múnich, Núremberg y otras ciudades de Baviera enfrentaron el impacto total de la peste en 1349, con altas tasas de mortalidad que hicieron desaparecer familias enteras.
Además de la enfermedad, el miedo y las supersticiones alimentaron la desesperación de la época. Se creía que la peste era un castigo divino, y la aparición de fenómenos sobrenaturales, como fantasmas o demonios, no era una idea descartada por las mentes medievales. En este episodio, se refleja la desesperación de aquellos tiempos y la forma en que las personas buscaban respuestas en lo incomprensible, mientras fuerzas mayores acechaban en las sombras.