Londres, 1980. Una ciudad sumida en el humo de los cigarrillos y el zumbido constante del tráfico. Charles era un conductor del metro, un hombre de mediana edad que llevaba años recorriendo los túneles de la línea Northern. Era un trabajo monótono, con el cual había aprendido a convivir. Sin embargo, aquella noche, la última de su turno, algo cambiaría para siempre.
Esa tarde, mientras se preparaba para su último recorrido del día, Charles observó el reloj. Era tarde, casi medianoche. El trayecto sería sencillo, partiendo desde la estación Morden, pasando por Stockwell, London Bridge, y finalizando en High Barnet, el destino final. Un viaje de aproximadamente una hora y media.
Desde hacía unos meses, la empresa del metro estaba realizando mejoras en la señalización. Se hablaba de la instalación de nuevas luces, pruebas técnicas y ajustes en el sistema. Esto no inquietaba a Charles, ya que el procedimiento era rutinario en su línea. Sabía que las nuevas señales requerían supervisión estricta y que solo se activarían con instrucciones claras, pero de alguna forma, las recientes incorporaciones de empleados extranjeros lo irritaban.
“Un error de los novatos,” pensaba a menudo con un dejo de desprecio. “Nadie cuida el sistema como nosotros lo hacíamos antes.”
El clima era típico de un otoño londinense: frío, húmedo, con una densa niebla que cubría las calles y, por supuesto, los túneles subterráneos. Mientras Charles se acomodaba en su cabina y arrancaba el tren, una extraña sensación de incomodidad comenzó a invadir su mente.
El encuentro con las luces
Al llegar cerca de Kennington, algo le llamó la atención. A la distancia, dos luces rojas brillaban a través del oscuro túnel. "Señales de advertencia," pensó Charles. Redujo la velocidad del tren, acercándose con cautela. Pero a medida que avanzaba, las luces parecían desplazarse, flotando en el aire como si no estuvieran fijas en las paredes del túnel.
"Debe ser una prueba de las nuevas señales", se dijo a sí mismo. Últimamente había rumores sobre cambios en la señalización, y el malestar de Charles hacia los empleados extranjeros que trabajaban en las mejoras no ayudaba. Pensó que seguramente habrían encendido las luces sin avisar correctamente. Se sintió molesto, pero luego, su mente trató de racionalizarlo: “Es un error de esos incompetentes. Con estos cambios, quién sabe lo que hacen."
A medida que pasaba el tren, las luces desaparecieron. La inquietud se apoderó de Charles, pero decidió seguir adelante.
El Monstruo en su Mente
A medida que avanzaba el tren, las visiones del monstruo comenzaron a surgir. Charles no podía evitar pensar que la criatura que había imaginado lo seguía, oculta en los túneles, más allá de la vista de cualquier otro ser humano. Cada vez que las luces del tren iluminaban el oscuro túnel, parecía ver una sombra moviéndose entre las paredes.
...
Fin.