A las afueras de Manchester, en un barrio tranquilo, Peter Hughes revisaba una vez más su cuenta bancaria. Desde que había cumplido 54 años, las cifras parecían reducirse más rápido de lo que llegaban. Había trabajado toda su vida como administrador en una fábrica de componentes electrónicos, pero cuando la pandemia golpeó en 2020, la fábrica cerró sus puertas definitivamente. Peter se vio empujado a una jubilación anticipada, algo que no había planeado ni deseado.
Al principio, la idea de retirarse no le había parecido tan mala. Los días en casa, dedicándose al jardín, las caminatas con su perro, y un poco de bricolaje aquí y allá, eran agradables. Pero la realidad pronto se volvió opresiva. La inflación descontrolada comenzó a devorar sus ahorros. Cada día era más difícil encender la calefacción o llenar la despensa. Las noches de insomnio se volvieron recurrentes, y el miedo comenzó a colarse en sus sueños, transformando lo que alguna vez fue una tranquila vida en una pesadilla perpetua.
Soñaba con su propia desaparición.
El mismo sueño, una y otra vez. Peter estaba en su antiguo puesto de trabajo, rodeado de pantallas brillantes y el sonido ensordecedor de la maquinaria. Pero, poco a poco, las luces comenzaban a apagarse, y sus colegas, uno a uno, desaparecían en la oscuridad. Al final, solo quedaba él, solo en medio de una fábrica vacía, rodeado de un silencio aterrador. Despertaba en medio de la noche, con el eco de su propia respiración siendo lo único que rompía la quietud.
Una mañana, mientras leía el periódico, se topó con un titular que no pudo ignorar: “El costo de vida obliga a los mayores de 50 años a volver al mercado laboral.” El artículo relataba las historias de personas como él, que se habían retirado antes de tiempo y ahora volvían al trabajo para poder llegar a fin de mes. Peter se sintió invadido por una mezcla de alivio y miedo. Alivio por saber que no era el único, pero miedo de no ser capaz de regresar.
La ansiedad comenzó a crecer. Temía el fracaso, temía ser irrelevante, temía no poder adaptarse. Comenzó a buscar trabajo desesperadamente, recorriendo las plataformas en línea en busca de cualquier oportunidad que no requiriera demasiadas habilidades tecnológicas. Se sentía cada vez más viejo, más lento, más fuera de lugar. La competencia era feroz, y los rechazos lo devoraban. Cada carta de "lo sentimos" era como una bofetada en su psique.
Finalmente, encontró un empleo en un supermercado local, en el departamento de inventarios. No era mucho, pero era un comienzo. Sin embargo, su inseguridad lo atormentaba. Su primera semana fue una lucha constante contra la tecnología. Las tabletas y las aplicaciones parecían conspirar contra él, y sus manos temblaban cada vez que intentaba ingresar datos.
Por las noches, sus pesadillas empeoraban. Ahora no solo se veía solo en su antigua fábrica, sino que también veía cómo las máquinas se levantaban y lo perseguían. Las luces se apagaban una por una mientras Peter corría por los pasillos interminables, siempre sintiendo que algo lo alcanzaba. Despertaba sudando, y al mirar el reloj, el amanecer siempre estaba a horas de distancia.
Empezó a notar un cambio en su comportamiento. Se volvió paranoico. Creía que sus compañeros de trabajo lo observaban, que comentaban sobre su torpeza a sus espaldas. Una tarde, después de que la tablet fallara de nuevo, vio a dos jóvenes riéndose. Peter estaba seguro de que hablaban de él. Los siguió hasta la sala de descanso, donde escuchó sus risas y susurros.
Al día siguiente, le pidió a su jefe una reunión urgente. El miedo lo había consumido completamente. Exigió ser transferido a un puesto diferente, lejos de los jóvenes que lo ridiculizaban, lejos de las máquinas que, según él, eran las verdaderas causantes de su ruina.
Su jefe, sorprendido, intentó tranquilizarlo. No había nadie en contra de Peter, pero la mente del hombre ya no podía diferenciar entre la realidad y sus pesadillas. Esa noche, Peter se quedó en el supermercado después del cierre. Sentía que debía demostrar su valía. Tenía que ganarle a las máquinas.
La última vez que lo vieron, estaba solo en el almacén, rodeado de tabletas apagadas y estantes vacíos. A la mañana siguiente, los empleados lo encontraron tendido en el suelo, su corazón había cedido ante la presión. En su mano, todavía apretaba la tablet, como si en ese último momento, hubiera creído que podía superar al monstruo que había estado atormentándolo desde su mente.
Reflexión final
Los miedos y las presiones del entorno laboral moderno, especialmente en aquellos que sienten que ya no pueden adaptarse a los cambios tecnológicos, pueden llevar a situaciones límite. La incapacidad para distinguir entre los miedos reales y los imaginarios puede ser el preludio de una tragedia. El mercado laboral no solo exige habilidades, sino también una fortaleza psicológica que, para muchos, se debilita con el tiempo. Y en ocasiones, esos miedos, alimentados por la ansiedad, terminan consumiendo todo.