En los tranquilos días de verano de 1984, Gregory Samuels, un cajero bancario de 37 años, llevaba una vida tranquila en una pequeña ciudad en el interior de Texas. Su rutina diaria era monótona pero reconfortante, trabajando en una sucursal bancaria que había conocido desde que comenzó su carrera. Sin embargo, un día, fue trasladado a una sucursal diferente, ubicada en la zona este de la ciudad. Conocía a algunos empleados, pero otros eran completamente nuevos para él. A pesar de las diferencias, Gregory asumió que la vida seguiría con la misma tranquilidad de siempre.
Todo cambió una tarde, cuando estaba terminando de cuadrar sus cuentas diarias. Al revisar su caja para cerrar el día, notó un extraño sobrante de cinco mil dólares. Revisó sus cuentas dos veces, pero no pudo encontrar el error. Creyendo que el dinero debía provenir de otra caja, decidió consignarlo y entregarlo a su supervisor. Aunque estaba algo preocupado, temía que el gerente, siendo Gregory recién llegado a la sucursal, pudiera reprenderlo por lo sucedido.
Al día siguiente, al llegar el mediodía, Gregory comentó el incidente con su compañero cajero y el supervisor. Para su sorpresa, ambos negaron conocer el tema. El supervisor, quien debía recordar el evento, no mostró indicio alguno de saber lo que había pasado el día anterior, o evitaba muy bien el tema. Gregory asumió que tal vez no lo mencionaron para restarle importancia, pero aquel incidente lo dejó inquieto.
Esa misma tarde, al cuadrar nuevamente sus cuentas, Gregory quedó atónito al descubrir otro sobrante, nuevamente de exactamente cinco mil dólares. Ni cuatro mil novecientos treina con veintirés centavos, ni cinco mil cincuenta. Ni un centavo más, ni uno menos. Pensó que quizás se trataba de una broma de sus compañeros de trabajo, aunque sabía que con el dinero no se juega. Miró a su alrededor buscando alguna señal, pero nadie parecía prestarle atención.
—Igual que ayer, me han sobrado cinco mil dólares y no puedo explicarlo... —comenzó a disculparse Gregory al llevar el informe al supervisor.
—¿Ayer? ¿De qué hablas? —respondió el supervisor, mirándolo con desconcierto.
Ahora Gregory estaba convencido de que se trataba de una broma, pero cuando revisó los registros del día anterior, no había ningún sobrante anotado. No había evidencia alguna de lo que había sucedido el día anterior. Su mente comenzó a llenarse de pensamientos oscuros: ¿Acaso me están usando para estafar al banco?, ¿Soy el empleado nuevo y van a estafar al banco e inculparme?
Indignado y asustado, Gregory volvió a su casa esa noche, incapaz de disfrutar la cena. Las pesadillas comenzaron. Se veía a sí mismo cargando una pesada bolsa de dinero, arrastrándola hacia un túnel oscuro y profundo, donde la luz se desvanecía a medida que se acercaba. El túnel le producía un temor indescriptible, pero no podía dejar de caminar hacia él.
Los días continuaron y el sobrante de cinco mil dólares siguió apareciendo cada tarde. El supervisor y sus compañeros seguían negando todo conocimiento del incidente, y los registros del banco siempre volvían a la normalidad al día siguiente. Nadie cuestionaba los balances, y Gregory empezaba a perder la cordura. Las pesadillas continuaban, cada vez más intensas, con la bolsa de dinero volviéndose más y más pesada en sus sueños.
Un día, después de que su coche se averiara y necesitara una costosa reparación, Gregory tomó una decisión. Esa tarde, cuando una vez más sobraron cinco mil dólares, decidió llevarse el dinero. Entregó su balance de caja perfectamente cuadrado, sin faltantes ni sobrantes. Al día siguiente, esperaba que alguien descubriera el robo, pero nada pasó. Todo seguía en orden.
—Así debe ser la vida, pensó Gregory, todo debe estar balanceado, lo que sobra aquí, hace falta en casa.
Con el tiempo, Gregory comenzó a llevarse los cinco mil dólares todos los días. El dinero continuaba apareciendo, y nadie parecía notar su ausencia. Meses se convirtieron en años, y Gregory pronto se había convertido en millonario. Compró un auto nuevo, una casa lujosa y comenzó a disfrutar de vacaciones en Europa. Su vida había dado un giro completo, y todo gracias al misterioso dinero que aparecía sin razón aparente.
Sin embargo, las pesadillas no cesaban. Una noche, Gregory soñó nuevamente con el túnel. Esta vez, el túnel estaba completamente iluminado, y al fondo podía ver su sucursal del banco. Estaba cargando una enorme bolsa de dinero, del tamaño de un elefante, llena de fajos de billetes de cinco mil dólares. Al llegar al final del túnel, entró en la sucursal, pero algo era diferente. Todos sus compañeros estaban allí, pero sus rostros eran cadavéricos, sus cuerpos descompuestos, y sus ojos vacíos.
Despertó sobresaltado, solo para descubrir que ya no estaba en su casa. Se encontraba en una sucursal bancaria, pero no en su realidad. El Portal del Caos se había abierto y lo había llevado a otro sitio, a otra dimensión. Estaba atrapado en una realidad alterna, donde las reglas que conocía no aplicaban. Frente a él apareció el gerente del banco, su gerente, o casi. No era el mismo hombre que conocía, o no era un hombre. Su piel era grisácea, su rostro cadavérico.
—Bien, has traído el dinero que faltaba, dijo el gerente con una voz hueca. Todo pertenece aquí. Así debe ser la vida, todo debe estar balanceado, y tú has venido para acomodar las cosas. También nos faltaba un cajero como tu.
Gregory comprendió que había estado robando dinero de otra realidad, no de la suya. El Portal del Caos lo había atrapado, exigiendo el equilibrio que se había roto. Mientras Gregory miraba a su alrededor, su cuerpo comenzó a marchitarse, su piel ennegreciéndose lentamente. Sabía que su tiempo se había acabado.
En su realidad original, Gregory desapareció sin dejar rastro. Nadie lo extrañó. Nadie lo buscó. Incluso en las fotos familiares, su imagen se desvaneció, como si nunca hubiera existido.
Reflexión Final
Lo que no es propio, siempre es de alguien más, aunque pueda no ser evidente. El Portal del Caos reclama lo que le pertenece, equilibrando las realidades y restaurando el orden donde cree que corresponde. Al final, Gregory aprendió que todo acto tiene consecuencias, y que el caos siempre busca restaurar el equilibrio.